Dicen que una mirada vale más que mil palabras.
- La mirada callada, que atrapa, que engancha, que se queda estancada como el agua que fluye.
- La mirada estrellada que viene de golpe, de prisa y sin prisas, de frente y de repente.
- El cruce amargo de miradas donde dices mucho y no dices nada, todo y nada y eso pasa.
- Las historias contadas de uno y de otro, los mensajes secretos, los principios felices y los finales amargos.
- La historia inventada y la historia recordada, el futuro y el pasado que ahora queda bien lejos.
- Las miradas robadas que se dan a lo lejos, que se dan sin quererlo, que se cruzan y apartas.
- Las miradas de te quieros y también las de te odio, de esas que matan; las de alegrías y tristezas; las de comienzos y finales.
- Las miradas que te producen chispazos que se convierten en llamas, que se extingue y revive, que nunca se apagan.
- La mirada desafinada, perdida y lejana que se da sin mirar, que se siente pensando.
- La mirada a gritos que te dice mirame hasta que estés frente a mi, hasta que se rocen los labios y el mundo se apague.
- Mil miradas que se dan cada día, diferentes y especiales, y también algunas iguales.
- Ese juego de miradas entre personas desconocidas, amigas, vecinas, amantes, bandidas, o quizás enemigas.
- Ese te miro yo, me miras tú y apartamos la mirada y así todo el tiempo. O quizás el te miro, me miras y mantenemos el juego de miradas hasta que uno se cansa, hasta que uno no aguanta, hasta que alguien estalla.
Jugamos al juego de mirarnos y contamos 100 veces, hasta que yo hable o quizás hasta que tú hables o puede que no hablemos ninguno. Ese orgullo maldito que nos impide hablar, que tienta al juego, al juego sin fin, al juego sin reglas, a ese de pasarlo mal, de querer llevar siempre la razón, de esperar que otro hable; al juego de no hacer lo que queremos, lo que nos gusta; a un juego repetitivo, pesado y amargo y siempre con la duda de quién se cansará antes de jugar a este juego de dos; donde o ambos perdemos o ambos ganamos.
- La mirada estrellada que viene de golpe, de prisa y sin prisas, de frente y de repente.
- El cruce amargo de miradas donde dices mucho y no dices nada, todo y nada y eso pasa.
- Las historias contadas de uno y de otro, los mensajes secretos, los principios felices y los finales amargos.
- La historia inventada y la historia recordada, el futuro y el pasado que ahora queda bien lejos.
- Las miradas robadas que se dan a lo lejos, que se dan sin quererlo, que se cruzan y apartas.
- Las miradas de te quieros y también las de te odio, de esas que matan; las de alegrías y tristezas; las de comienzos y finales.
- Las miradas que te producen chispazos que se convierten en llamas, que se extingue y revive, que nunca se apagan.
- La mirada desafinada, perdida y lejana que se da sin mirar, que se siente pensando.
- La mirada a gritos que te dice mirame hasta que estés frente a mi, hasta que se rocen los labios y el mundo se apague.
- Mil miradas que se dan cada día, diferentes y especiales, y también algunas iguales.
- Ese juego de miradas entre personas desconocidas, amigas, vecinas, amantes, bandidas, o quizás enemigas.
- Ese te miro yo, me miras tú y apartamos la mirada y así todo el tiempo. O quizás el te miro, me miras y mantenemos el juego de miradas hasta que uno se cansa, hasta que uno no aguanta, hasta que alguien estalla.
Jugamos al juego de mirarnos y contamos 100 veces, hasta que yo hable o quizás hasta que tú hables o puede que no hablemos ninguno. Ese orgullo maldito que nos impide hablar, que tienta al juego, al juego sin fin, al juego sin reglas, a ese de pasarlo mal, de querer llevar siempre la razón, de esperar que otro hable; al juego de no hacer lo que queremos, lo que nos gusta; a un juego repetitivo, pesado y amargo y siempre con la duda de quién se cansará antes de jugar a este juego de dos; donde o ambos perdemos o ambos ganamos.